Foto del río Cebollatí a la altura de Paso Avería, actualmente, Puente Tomás Cacheiro.
Fue tomada del Facebook Tomás Cacheiro por Ana Lía (su nieta).
Semblanza de Tomás Cacheiro Sánchez (1)
Tomás Cacheiro: cacharro, barro y fuego. Docente, maestro, ceramista. Decidor, combativo, inconforme, risueño y serio, con el humor a flor de piel, como siempre, afortunadamente. ¿Religioso de tan ateo? Caudal de hombre. Dios antiguo vitalmente renovado y desatado. Disfrutador de mesas, del “bon vin” y la vineta, con hongos asados, calamares rebosados o caracoles, por él mismo preparados. Gustador de atardeceres acompañado de Bach, Mozart, Albéniz o Vivaldi. Amigo. Hermano. Hacedor de generaciones de docentes. Padre. Abuelo. Hemingway no de mar, de tierra adentro. Una y otra vez – en estos años de distancias, no de olvidos- uno vuelve a sentir cómo fluye la vida por sus venas, por sus músculos, por sus vellos; en el brillo de sus ojos; en el sonido de su voz de diablo viejo. Una y otra vez uno vuelve a verla, a oírla, a olerla en su cuerpo semidesnudo nadando por el río; remando en sus aguas; arrastrando los troncos de sus orillas; moviendo el barro de sus barrancos; creando sus cerámicas, tan imposibles de paciencia, tan a fuego lento en sus cocidas o, simplemente, descansando a la sombra de los árboles, al rumor de los vientos y las sonoridades del río. Sacudiendo su energía que, más que de un Olimar, es de un Cebollatí crecido. Una y otra vez, a la luz y al tiempo, uno lo vuelve a escuchar depositando preguntas como frutos, como flores, como hojas recién nacidas para asombrarnos con su inefable persistencia por lo vivo. Una y otra vez: renovando como siempre la alegría, la ternura y la capacidad de asombro de todo ser humano que son, en él, más poderosas que las muertes, las separaciones y las dudas. Más vivas que la propia vida.
Corría diciembre de 1985. Los militares
uruguayos no hacía mucho que “acababan de salirse”. Decidimos visitar a los
amigos. Regresar, quizás, a despedirnos. Por ello me había acercado a Paso de
Averías, a la casa de nuestro padre en lo intelectual, Don Tomás Cacheiro
Sánchez, a orillas del Río Cebollatí. Saludarle era el pretexto para
reencontrarme con él, apretar esas manos que hacen maravillas, tocarle el
corazón con el que se acerca a uno, más allá de “los lejos” (2).
Entre conversa y conversa, había comenzado a
hablarme de su compadre - ¿Aguilera?- que ya estaba viejo, que había llegado a
aquel pueblo hacía ya muchos años, muchos antes que él. Que tomó su parcelita
de terreno a orillas del río, frente a frente con la suya. Que construyó su
casa y le cultivó sus tierras. Y ahí se había quedado. Que no se le conocía
familia. Ni la había hecho en aquel pueblo. Buen vecino. Apreciado. Vivía solo.
Y ahora, viejo, nadie lo heredaría. Y era bueno el lugar que había elegido... Fue
entonces que a un vecino – me agregó- se le ocurrió la idea: inventó un rumor y
lo venía haciendo caminar: había comenzado por contar de la aparición de un lobizón, ese hombre que, en la oralidad
uruguaya, se transforma, los viernes a la luz de la luna de la medianoche, en
el primer animal que se le aparece a su vista. El vecino aseguraba, luego, que
debía de ser el compadre Aguilera. Que él no lo había visto. Pero, que no había
otra razón para vivir algo alejado del pueblo. Tan cerca del río. Para venir de
otro lado, sin familia conocida. Quedarse solo. En pleno monte. Y que esto. Y
que lo otro. Y que lo de más allá. Y lo de más acá. Estando en eso -¡oh,
maravillas!- vemos atravesando el puente sobre el río al hombre del rumor.
Cacheiro me hizo una seña y cambió de tema. Lo dejaba venir. Conociéndole sabía
que algo le había preparado. El otro se acercó. Saludó y comenzó a hablar como
en secreto. A contarnos lo del lobizón. Lo que pensaba de Aguilera. Cacheiro
como que le medía las palabras, hasta que le dijo:
- ¿Por qué no lo mata?
- ¡...!
- Claro – agregó- es un peligro para el
pueblo.
- Pero ¿Tan buen vecino? Además, si averiguan.
Habría problemas con la policía.
El
vecino del rumor no entendía, todavía, por dónde lo iba atrapando Cacheiro,
quien lo cercó, diciendo:
- ¡Ah!,
si es por eso, bastaría con transformarlo. Usted se pesca un bagre, el próximo
viernes de luna llena en la madrugada. Trata de mantenerlo vivo. No es difícil.
Se va con otros vecinos. Para que haya testigos. Le guinda el bagre a la puerta
de la casa. Cuando lleguen las doce de la noche golpean la puerta y se
esconden. Al salir, lo primero que verá será el bagre y se transformará en él.
Luego, basta con dejarlo morir boqueando... La policía informará: “Muerte
natural”.
El otro, ahí sí que lo entendió.
Y se
fue, callado, como con el rumor ya muerto entre los labios.
El río
Cebollatí seguía corriendo, aguas abajo.
La
vida, también corría.
(1)
En GOOGLE hay suficiente información sobre Tomás Cacheiro y en
YouTube un video en el cual puede apreciarse parte de sus obras en cerámica y
madera y algunos dibujos.
Recomiendo
los siguientes enlaces:
letras-uruguay.espaciolatino.com/muniz_lucio/tomas_cacheiro.htm
blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_12733_1.html
(2)
Semblanza tomada y reelaborada de la que aparece en mi libro ¿Quieres contar cuentos?, bajo el título: "Recuerdo III". El texto fue
leído en el homenaje al ceramista en la ciudad de Treinta y Tres al año de su
fallecimiento y recogido como Testimonio en el libro Rescate de la memoria cerámica en el
Uruguay (2009 M. González, R. Rubio y C. Zorrillla).